BALAUSTRADA DE UNA MENTE ENFERMA...

sábado, 28 de mayo de 2011

Maldita Vida

Un error. Y otro. Una eterna sucesión de malas decisiones, de lamentos y lloros sin lágrimas, de ojos vidriosos y cerebro seco como el desierto, de cerrar la inteligencia a una realidad desesperante. Sin futuro, sin aspiraciones, sin valores, sin más freno que el de la misma asquerosa vida adherida a mí como una fina pátina de mugre.

Baladíes los intentos de resurgir, de asomarse sobre el borde de la balsa infecta de los recuerdos, con manos laceradas por los espinos de la cerca de mi avance, de mi salud. Sin ganas de reír, excepto de mi propia envidia, de ese gentío sin rostro que me rodea, al que trato bien, o no trato, pero que me desprecia. Esa humanidad que me zarandea, que me acongoja, que me aprisiona contra sus valores, contra sus riquezas, contra su felicidad. Contra su puta felicidad.

Pero no lo consigo. No soy capaz de alzar mi voz, de protestar, de batir mis alas y escapar. Sólo muero. Lentamente. Ese es mi destino, uno en el que no creo pero que me crucifica, ése que no me espera, que me arrastra, que hace que mi cuerpo se desgarre contra el suelo. Literalmente. Y hace que el suicidio se acerque. Peligrosamente. Y la sangre que llega a mi cerebro es espesa, apelmazada, viscosa, y llena de odio y maldad. Y de despedida.

Y nadie me frena. Y a nadie le importa. Y todos ríen. Y cada vez que lo hacen, todo se rompe en mi interior. Un planeta de bienestar que liba de mi energía, de sus restos, consumida hace ya tanto que apenas recuerdo haberla sentido. Y todo es negro. Y ya ni siquiera el gris es un color.

Pierde el sentido respirar, mirar, escuchar, compartir... vivir. Es como una melodía repetitiva de gestos inermes, de corrientes que te llevan, de acciones involuntarias, un ir y venir sin conciencia, zombie esclavo y necesario para mantener al resto en su armonía, un muñeco prescindible, un títere que, tarde o temprano, se quedará sin cabeza.

Para qué. Existir, sufrir, morir. Mejor acabar cuanto antes. Preferible no ser parte necrófaga de una realidad que no te respeta, que no te acuna, que no te quiere. ¡Qué se adoren entre ellos! Yo ya he tragado bastante porquería, ya he limpiado bastante mierda. Ya estoy harto. De ver vuestras caras relucientes, de vuestras soberbias, de vuestro desdén. Podéis quedároslo. Sólo soy un ávaro sin monedas.

Ni siquiera os merecéis un adiós. Ni siquiera tengo valor para despedirme. Patético.